El párkinson es una enfermedad degenerativa crónica que se manifiesta generalmente por temblores incontrolables, pero hay otros síntomas que pueden ayudar a detectarla precozmente, conócelos.

Entre los síntomas del párkinson, se pueden destacar los que afectan de forma al movimiento, el control del equilibro o la postura del paciente; y otros asociados, no motores, que veremos más adelante.  

No se conoce la causa que origina el párkinson, pero se acepta que hay una confluencia de ciertos factores (multifactorial) que pueden contribuir a desencadenar la enfermedad.

Existen varios tipos de párkinson. La principal diferencia es la causa de la aparición de la enfermedad, ya que las características más importantes son comunes a todos los tipos, con independencia de la causa.

Al no existir ningún tipo de marcador –es decir, algo que se pueda ver en un análisis– que sirva para el diagnóstico del párkinson, esta enfermedad se diagnostica gracias a sus manifestaciones clínicas. En general, se puede realizar un diagnóstico bastante acertado cuando un paciente presenta, al menos, dos de los tres síntomas centrales del párkinson: hipocinesia, temblor en reposo y rigidez.

Es muy importante que el temblor sea en reposo y que desaparezca a la hora de realizar un movimiento, ya que hay otras patologías del Sistema Nervioso que no presentan temblor en estado de reposo, pero este aparece al intentar llevar a cabo el movimiento. Es uno de los motivos por los que cerca de uno de cuatro pacientes ha recibido un diagnóstico erróneo.

La exploración física y la historia médica familiar deben de ser minuciosas, ya que, aunque no es la forma más frecuente, el párkinson puede presentar una herencia genética (parkinsonismo familiar). Aproximadamente el 5% de los casos de párkinson diagnosticados se deben a la forma genética. En el resto, aunque las causas pueden ser diversas, parece claro que hay ciertos factores genéticos (vulnerabilidad genética) que, al interactuar con el medio, predispone al individuo a desarrollar algún tipo de párkinson.

El médico puede llevar a cabo pruebas exploratorias de imagen de la cabeza, como una resonancia magnética nuclear, para descartar otras posibles causas para los síntomas, como la hidrocefalia (o acúmulo de líquido en el cerebro, lo que aumenta su presión y disminuye el correcto funcionamiento), enfermedades vasculares cerebrales o lesiones producidas por masas, como los tumores.

El tratamiento para el párkinson pretende abordar uno o varios frentes terapéuticos, con el objetivo de elevar los niveles de dopamina en el núcleo estriado de los ganglios, ya sea aportando la dopamina que falta, mediante la administración de sustancias que activan los receptores de dopamina (pero que no son dopamina), o retrasando al máximo la degradación de la poca dopamina que quede en la zona.

La terapia para el párkinson no cura la enfermedad (recordemos que es degenerativa), pero está comprobado que la calidad de vida de los pacientes mejora sensiblemente cuando se adhieren al tratamiento y lo siguen regularmente. No obstante, aproximadamente un 5-10% de los enfermos no responderán de manera efectiva al tratamiento. Además, no todos los tratamientos son adecuados para todos los tipos de párkinson. El médico decidirá el tratamiento más efectivo en función de la forma de párkinson que haya sido diagnosticado.

Medicación para tratar el párkinson

Casi todos los medicamentos empleados en el tratamiento de la enfermedad de Parkinson presentan efectos secundarios. En general, el tratamiento lo instaura un especialista y no suele iniciarse hasta que los síntomas afectan de manera significativa las labores de la vida diaria. A continuación, se detallan los principales fármacos que se utilizan para contrarrestar los efectos del párkinson.

Terapia con levodopa e inhibidores enzimáticos de la DOPA-descarboxilasa

La levodopa es un aminoácido precursor de dopamina. Cuando se administra, el cerebro lo metaboliza, convirtiéndolo en dopamina, que es el neurotransmisor disminuido. Pero, fuera del cerebro, el cuerpo también tiene enzimas que se encargan de convertir esta levodopa en dopamina. Las enzimas son pequeñas moléculas de la familia de las proteínas que se encargan de catalizar reacciones. Estas enzimas, al metabolizar la levodopa a dopamina, no permiten que esta alcance el cerebro y los ganglios. Es por ello que la levodopa se administra junto con inhibidores de las enzimas, permitiendo así que la levodopa alcance el cerebro y, una vez allí, se transforme en dopamina.

Los pacientes de párkinson, en principio, no tienen necesidades nutricionales diferentes a las personas sanas, salvo aquellos que presentan a la vez diabetes, niveles de colesterol o triglicéridos altos, algún tipo de patología gastrointestinal como enfermedad celíaca o intolerancia a la lactosa, entre otras. Pero presentan ciertas dificultades derivadas de su patología (ya sea por dificultar al masticar, tragar, producir saliva, pérdida del apetito, estreñimiento o cualquier otra), que hacen preciso poner una especial atención a la hora de alimentarles.

El principal objetivo es conseguir que estas limitaciones no se reflejen en su estado nutricional, intentando encontrar una dieta variada y equilibrada que les aporte los nutrientes necesarios. Una dieta inadecuada puede favorecer la aparición de otras afecciones como: infecciones (y retrasar su curación), debilidad muscular (empeorada por la hipocinesia del párkinson), úlceras en la piel del paciente si permanece mucho tiempo en cama…

El párkinson, además, es una patología que presenta un gran requerimiento energético, ya que los temblores en reposo hacen que se consuma gran cantidad de energía. Una buena ingesta evitará pérdidas de peso no deseadas. Además, una correcta alimentación puede suavizar en cierta medida los efectos adversos de la terapia (estreñimiento y náuseas), ya que la absorción de los fármacos en el intestino cuando este contiene alimento es más lenta.

No obstante, cabe recordar que la levodopa, por su naturaleza, es un fármaco que si se administra con alimentos ricos en proteínas, puede resultar menos efectivo. En caso de que el paciente o el cuidador noten un empeoramiento de los síntomas, habrá que reajustar la cantidad de proteínas ingeridas.

Fuente: S. Garcia Escrivá

Licenciado en Farmacia